martes, 10 de septiembre de 2019

Señores Asambleístas: No! No! y No!!! al Aborto y al Relativismo Moral.


El aborto es una consecuencia de la pérdida de las nociones de bien y mal. La causa está en un relativismo que niega los principios básicos del orden moral.


El derecho a la vida, ¿una mera concesión social?

El consenso universal sobre la inviolabilidad de la vida humana inocente es una de las características más profundas de la conciencia moral y jurídica del hombre.

Aunque las violaciones de este principio han ocurrido desde los albores de la historia, comenzando con el fratricidio narrado en el capítulo cuatro del Génesis, el homicidio voluntario siempre fue considerado una aberración moral.

A través de una formulación negativa, el mandamiento bíblico «No matarás» 1 es el garante del principio según el cual la vida humana inocente es un bien sagrado. Tuvimos que llegar al siglo XXI para presenciar un aplastante y general desvanecimiento de un principio tan evidente.

Como señala el Papa Juan Pablo II en su encíclica Evangelium Vitae,

«Se está desarrollando y estableciendo un nuevo clima cultural que da al crimen contra la vida un carácter nuevo y, si es posible, aún más siniestro: amplios sectores de la opinión pública justifican ciertos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de libertad individual, y sobre esta base reivindican no sólo la exención de castigo, sino la autorización del Estado para que estas cosas puedan hacerse con total libertad y la asistencia gratuita de los sistemas sanitarios».

Otro punto denunciado en Evangelium Vitae es el relativismo moral que impregna el «nuevo clima cultural»:

«No sólo el hecho de la destrucción de tantas vidas humanas por nacer o en su etapa final es extremadamente grave y perturbador. No menos grave y perturbador es el hecho de que la propia conciencia, obscurecida por un condicionamiento tan generalizado, está encontrando cada vez más difícil distinguir entre el bien y el mal”.

El relativismo moral reinante hoy ha logrado confundir el sentido común con respecto al valor de la vida humana; la vida y la muerte se han convertido en cosas insignificantes. En consecuencia, millones de seres humanos ‒los no nacidos‒ terminan su breve existencia en los recipientes de basura de clínicas de aborto o en laboratorios de investigación.

A juicio de los defensores del aborto libre, la nueva vida humana en el útero no es más que un «material biológico potencialmente humano».


Las leyes de aborto han producido millones de víctimas inocentes
Millones de seres humanos terminan su breve existencia en los recipientes de basura de clínicas de aborto o en laboratorios de investigación

Él o ella es una vida desde el punto de vista biológico, pero no desde el punto de vista cultural y filosófico. De esto se deduce que suprimir la vida de un feto es suprimir una vida biológica, no humana.

Para proporcionar un fundamento filosófico a esta noción absurda, los teóricos del aborto recurren al relativismo filosófico, afirmando que no existe la naturaleza humana inmutable.

El ser humano y la persona humana, dicen, no son más que conceptos históricos y filosóficos, que no corresponden a ninguna verdad objetiva, simplemente porque la verdad objetiva no existe. Todo es subjetivo. Por lo tanto, ser y persona son nociones relativas que pueden definirse arbitrariamente, como las reglas de un juego.

Y esas nociones experimentan el mismo proceso de evolución que la cultura y la gente.

«De esta manera ‒señala Juan Pablo II‒ se pierde toda referencia a los valores comunes y a una verdad absolutamente vinculante para todos, y la vida social se aventura en las arenas movedizas del relativismo completo. En ese punto todo es negociable, todo está abierto a la negociación: incluso el primero de los derechos fundamentales, el derecho a la vida”.
Como consecuencia de concepciones tan erróneos, la vida del más débil y más inocente de los seres humanos, el conceptus, queda a merced de los más fuertes, de los padres y del Estado.

Juan Pablo II se refiere a las consecuencias del relativismo:

«Resultado siniestro de un relativismo que reina sin oposición: el ‘derecho’ deja de ser tal, porque ya no está firmemente fundado en la dignidad inviolable de la persona, sino que queda sometido a la voluntad de la parte más fuerte. De esta manera, la democracia, contradiciendo sus propios principios, se mueve efectivamente hacia una forma de totalitarismo”.

Ahora bien, la vida de todo ser humano debe ser respetada por lo que es, no por una mera concesión social, pues todo individuo humano es titular de un derecho objetivo, primario e inalienable a la vida.

Derecho inalienable a la vida

Esto es lo que afirma el Magisterio de la Iglesia al enseñar que:

«Hay precisamente un cierto número de derechos que la sociedad no está en condiciones de otorgar, ya que estos derechos preceden a la sociedad; pero la sociedad tiene la función de preservarlos y hacerlos valer”.

«El primer derecho de la persona humana es su vida. Tiene otros bienes y algunos más preciosos, pero éste es fundamental: es la condición de todos los demás, por lo que debe ser protegido sobre todos los demás.

«No le pertenece a la sociedad, ni a la autoridad pública, en ninguna forma reconocer este derecho para algunos y no para otros”.

El respeto de la vida humana inocente es una limitación moral de la cual nadie puede ser liberado. Se trata, pues, de un principio que no admite excepciones ni presunciones legitimadoras.

En otras palabras, ningún pretexto, ya sea ventaja personal, defectos genéticos, el derecho de otra persona, la salud, la vida de una madre o el honor manchado, o la supuesta superpoblación, puede justificar moralmente el aborto adquirido.


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Escribe el Papa en Evangelium Vitae:

«Ninguna circunstancia, ningún propósito, ninguna ley puede jamás hacer lícito un acto intrínsecamente ilícito, ya que es contrario a la Ley de Dios que está escrita en todo corazón humano, reconocible por la razón misma, y proclamado por la Iglesia”.

Este abominable crimen será siempre condenable, independientemente de su extendida y espantosa práctica. Incluso la aprobación del aborto por una mayoría de la población no podrá justificarlo.

La verdad no puede ser medida por la opinión de la mayoría, afirma Juan Pablo II:

«Ciertamente, un cambio de mentalidad en la gente con respecto a la naturaleza humana no puede de ninguna manera justificar el aborto. Más bien, sólo mostraría el grado y la profundidad de un fenómeno trágico: el embotamiento general del sentido moral”.

Agrega el Pontífice:

«La democracia no puede ser idolatrada hasta convertirla en un sustituto de la moral o una panacea para la inmoralidad».

Pero, siendo relativistas, los abortistas no pueden dejar de ser contradictorios.

La incongruencia más estridente es observable, una de ellas es que ningún defensor del aborto aceptaría jamás sufrir lo que están dispuestos a hacer sufrir al feto. Ellos tienen razón con respecto a sí mismos. Están totalmente equivocados con respecto al nonato.

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