LA CELESTIAL NIÑA MARÍA Y LA VICTORIA DEL BIEN SOBRE EL MAL
Plinio Corrêa de Oliveira*

Excluyendo la fiesta de
la Santa Navidad de Nuestro Señor Jesucristo y el nacimiento de San Juan
Bautista, la Natividad que la Iglesia celebra en su calendario litúrgico es la
de Nuestra Señora. Y además de esta, hay innumerables otras fiestas a Ella
dedicadas, mientras que para cada santo existe —como regla general— una fiesta
en el calendario y nada más. Como también, en otro orden de cosas, la Iglesia
permite y hasta estimula imágenes de los santos, pero no permite que haya en el
mismo altar más de una imagen del mismo santo. Entre tanto, para Nuestra Señora
Ella permite que haya tanto en el altar central como en los nichos o altares
laterales de las iglesias otras imágenes de Ella.
Todo esto, para dar a
entender que Nuestra Señora no tiene ningún término de comparación, e
introducir este principio teológico en mil realidades del calendario, de la
liturgia, de la vida de piedad, con un tacto y sentido de las proporciones, que
indica bien el espíritu sapiencial de la Iglesia Católica y el océano de
sabiduría que hay en Ella.
¿Por qué la Iglesia
festeja especialmente la santa Natividad de Nuestra Señora? Porque la Madre de
Dios fue tan grande, que el día en que Ella entra en el mundo marca una nueva
era en la historia del pueblo elegido.
Podemos decir que la
historia del Antiguo Testamento se divide —bajo este punto de vista— en dos
partes: antes y después de Nuestra Señora. Porque si la historia del Antiguo
Testamento es una larga espera del Mesías, esta espera tiene dos aspectos: 1)
el momento exacto que no había llegado para la venida del Mesías; la Divina
Providencia estaba, por tanto, permitiendo que esta espera se prolongase por
siglos y siglos; 2) y después el momento bendecido en que la Providencia hace
nacer Aquella que conseguirá que el Mesías venga: Nuestra Señora.
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Santa Ana y la Santísima Virgen |
Hubo los Patriarcas, los
Profetas, hubo innumerables almas fieles del pueblo elegido; debe haber habido
una u otra alma fiel en medio de la gentilidad; hubo sufrimientos a lo largo de
los siglos de espera del Mesías. Pero nada de eso fue suficiente para atraer la
misericordia divina y hacer llegar el momento de la Redención. Sin embargo,
cuando Dios quiso, Él hizo nacer la criatura perfecta que habría de conseguir
esto. Entonces la entrada de esta criatura perfecta en el mundo de los vivos es
el comienzo de su trayectoria, que durante todo el tiempo atrajo bendiciones,
atrajo gracias, produjo frutos de santificación.
Ya entonces todas las
relaciones de los hombres con Dios se modificaron, y comenzó entonces en la
puerta del Cielo, que estaba trancada, como que a filtrarse luces y dejar
filtrar esperanzas de que sería abierta por el Salvador que debería venir. Todo
esto se dio desde el primer momento del nacimiento de Nuestra Señora...
La presencia de Ella en
la tierra era ocasión de gracias insignes, porque era la criatura más
contemplativa de todos los tiempos, en relación a quien ninguna otra
contemplativa ni tuvo ni tendrá paralelo. Ella poseía una irradiación personal
y una acción de presencia tan rica en bendición, que era el prenuncio de la
venida de Nuestro Señor.
Y entonces la entrada de
esta bendición, la entrada de esta gracia, de esta acción directa y personal en
la historia del mundo, ¡es incomparable! Y por causa de ello, la Natividad de
María Santísima es una fiesta que nos debe ser queridísima, es una fiesta que
nos debe hablar mucho, pues es la fiesta del inicio del derribo del paganismo.
¿Podríamos decir que hay
alguna relación de esto con la situación del mundo contemporáneo? —Existe.
En la época presente hay
como que una nueva interferencia de Nuestra Señora en la historia del mundo,
que actúa en las tinieblas del neo-paganismo.
El hecho de que Nuestra Señora
suscite almas que ya ansían por el Reino de María [1],
que piden la venida del Reino de María, luchan para que el Reino
de María venga, estas almas son —mutatis mutandis, o sea, con
todas las debidas adaptaciones y reservas— como que Nuestra Señora en el
Antiguo Testamento. Aun no vino el triunfo del Inmaculado Corazón de María,
pero sí algo que es el prenuncio de ese triunfo y que ya comienza a difundir
sus gracias, comienza a determinar también movimientos entusiásticos de
adhesión. Esto es algo como una Natividad que se repite y que prepara el Reino
de María, profetizado por Ella en Fátima.
Ustedes ven, por lo
tanto, que esta fecha es de la mayor significación. Oremos a Ella pidiendo y
poniendo como fundamento en su Natividad, y así como Ella vino a la tierra e
inmediatamente comenzó a pedir o advenimiento del Mesías y que acabase aquel
estado de cosas envuelto por el pecado, Ella nos dé un deseo ardiente del Reino
de María. Un deseo que nos arrebate por entero, un deseo sapiencial,
reflexionado, ponderado, serio, profundo, que no deje en nuestra alma apego a
más nada.
Esta sería, entonces, nuestra
oración en la noche de hoy.
(*) Extracto de
conferencia grabada “Santo del día”, del 8-8-1966, sin revisión del autor.
[1] REINO DE MARIA - San Luis María
Grignion de Montfort (1673-1716) en su Tratado de la Verdadera Devoción
a la Santísima Virgen prevé la implantación en la Tierra de una
era “en que almas respirarán a María como el cuerpo respira el aire”,
y en que incontables personas “se tornarán copias vivas de María” (Cap.
VI, art. V). A esa era, él la denomina Reino de María. Esa profecía se entronca
orgánicamente con la de Nuestra Señora en Fátima: en 1917, después de prever
varias calamidades para el mundo, Ella afirmó: “Por fin, mi Inmaculado
Corazón triunfará”.
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