jueves, 20 de septiembre de 2018

Coronación y Consagración del Ecuador a la Santísima Virgen de El Buen Suceso



"OH! Madre Santísima de El Buen Suceso enseñadnos a amar cada vez más a Nuestro Señor Jesucristo, dadnos mayor devoción a Vos y concedednos la gracia de amar con mayor dedicación y entusiasmo a  la Santa Iglesia Católica"


Coronación de la Santísima Virgen de El Buen Suceso por el Arzobispo de Guayaquil Monseñor Luis Gerardo Cabrera Herrera

      Los devotos de la Virgen de El Buen Suceso tuvimos la honra el Domingo  16 de septiembre, en la ciudad de Guayaquil,  de participar en la Coronación y Consagración del Ecuador a la Santísima Virgen de El Buen Suceso, presidida por el Arzobispo de Guayaquil Monseñor Luis Gerardo Cabrera Herrera,  hecho que sin lugar a duda,  marcó la historia de nuestro país, en función de las innumerables gracias y favores divinos qué recibe una nación y sus habitantes al ser consagrados a la Santísima Virgen, medianera universal de todas las gracias, panorama espléndido para un país,  que ha experimentado los flagelos y sin sabores que devienen del laicismo en el Estado y del relajamiento espiritual y moral, muy marcado actualmente, justificado en la modernidad de los tiempos y que a su vez  se encuentra en el blanco de la confabulación internacional anticristiana que trata de implantar en el Ecuador y en otros tantos países de la católica Latinoamérica, cuantiosos absurdos, como el aborto, ideología de género, legalización de las drogas , entre otros…

Jóvenes de Tradición y Acción en el traslado de Nuestra Señora de El Buen Suceso 

       Pero usted lector, se podría preguntar ¿Cuál es la relevancia que dicha consagración fuera realizada a la Santísima Virgen en su advocación de El Buen Suceso? ¿Acaso La Virgen no es una sola y no existen otras advocaciones nacionales y extranjeras también importantes?

  La grandeza e importancia de este acontecimiento radica en la predilección de  María Santísima en su advocación del Buen Suceso para esta nación, ya que Ella hace ya más de 400 años, quiso aparecer en la ciudad de Quito a la monja Concepcionista madre Mariana de Jesús Torres, quien con su santidad, sacrificio y oraciones, mereció recibir revelaciones que determinarían el futuro del Ecuador hasta el final de los tiempos, constituyéndose María en su advocación de El Buen Suceso especial Protectora de esta nación.

      Aquí podemos recalcar, en razón de lo arriba mencionado un pequeño trecho, que representa  una promesa y un estandarte de lucha para todos los ecuatorianos:


     "Dichosa serán estas tierras cuando en toda su extensión me conozcan y me honren bajo la advocación de María de El Buen Suceso, será esta devoción Arca de Salvación para todas las almas"  (revelación de Nuestra Señora de El Buen Suceso a la Madre Mariana de Jesús Torres en 1628. Quito- Ecuador)


Bendición especial de Monseñor Luis Gerardo Cabrera Herrera del lugar donde se construirá  la capilla de Nuestra Señora de  El Buen Suceso en el Santuario de la Divina Misericordia (Guayaquil- Ecuador)


      Es así que la Virgen nos impulsa a promover su devoción por todo un país que suplica a gritos una restauración de las buenas costumbres, de la moral y sobre todo de la Fe, a través de la restructuración de la Civilización Cristiana, única fuente de verdadero progreso.

     La consagración realizada representa así un deber para todos los ecuatorianos. En nuestros hombros recae la responsabilidad de levantar el estandarte del Buen Suceso para la salvación de las almas, por medio de nuestra humilde, secreta y silenciosa oración y de nuestra penitencia ardorosa y voluntaria como la misma Virgen Santísima lo reveló,  solo así el  Ecuador obtendrá paz, instaurándose el reino de Cristo, en la tierra del Divino Niño Jesús de la Cruz del Pichincha!!!


      Queremos terminar con las palabras del gran pensador católico el profesor Plinio Corrêa de Oliveria, inspirador de los “Devotos de la santísima Virgen de El Buen Suceso1” que vienen difundiendo incansablemente ya casi 50 años esta devoción, y fundador de las familias de alma que en todo el mundo trabajan por un mismo ideal en defensa de la Civilización Cristiana, y la instauración del reinado de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre Santísima.

     "La Santísima Virgen es la Patrona de todos los que buscan un Buen Suceso al servicio de su buena causa, de todos que, en la oscuridad del neopaganismo de nuestros días, se esfuerzan para que nazca el sol del Reino de María2. A Nuestra Señora de El Buen Suceso bien se la puede considerar como la dichosa patrona de la hora y el momento en que Su Reino finalmente nazca en la tierra"  

      Pues así, confiados en Nuestra Madre del cielo, quien sabe más que nadie todas las necesidades y padecimientos de sus hijos, pidamos su poderosísima intercesión y digamos fervorosamente:


¡Nuestra Señora de El Buen Suceso!
Destronad al soberbio satanás y rogad por Vuestro Ecuador Católico 

1. El "Reino de María" o el "Siglo de María" que resultará del triunfo de su Inmaculado Corazón y del cual habla San Luis María Griñón de Monford en el tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. 

2. La Sociedad Ecuatoriana Tradición y Acción Pro Cultura Occidental y Devotos de la Santísima Virgen de El Buen Suceso son asociaciones hermanas que trabajan en pro de la Civilización Cristiana.





miércoles, 19 de septiembre de 2018

Palabras Proféticas de Nuestra Señora de La Salette


Nuestra Señora de La Salette

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


El 19 de septiembre de 1846, la Virgen se apareció a dos pequeños pastores, Maximin Giraud y Melanie Calvat. La bella dama, como los niños la llamaban, apareció en una actitud de profunda tristeza pidiendo oraciones y penitencia para ayudarla a prevenir que  el brazo de su hijo caiga sobre la humanidad por sus pecados. Nuestra Señora también reveló a los niños pastores un secreto. Como esta aparición tuvo lugar en el monte llamado La Salette, en la diócesis de Grenoble, Francia, una nueva advocación de Nuestra Señora pronto se extendió por todo el mundo. 



Ha habido tres grandes apariciones de Nuestra Señora en los últimos 150 años: La Salette, Lourdes y Fátima. En todas ellas la Iglesia aceptó la autenticidad de las apariciones y las hizo suyas, haciendo fiestas especiales para conmemorarlas. En cada una de esas tres apariciones de Nuestra Señora dejó un secreto. En todos ellas,  la Virgen se manifestó profundamente triste por el estado de la humanidad, y predijo un enorme castigo que vendría en el momento elegido.

Por tanto, en los últimos 150 años la Virgen ha adoptado una posición muy similar a la de los contra-revolucionarios. Todos ustedes saben que los miembros del Alto y Bajo Clero y muchos laicos católicos están muy contentos, que piensan que todo va bien. Si usted les dice que se esté preparando un castigo para la humanidad, ellos responden que esto es absurdo. Ellos afirman  que la religión está experimentando un progreso extraordinario. Al lado de esas personas nosotros parecemos sombríos y tristes. Hacemos el papel de los hipocondríacos pesimistas que no encajan en la atmósfera alegre y despreocupada de nuestros días, en la que se difunden mensajes optimistas y positivos acerca de todo.

Nuestro papel es algo difícil, porque siempre es difícil predecir y anunciar castigos a una humanidad enfocada en el disfrute de la vida. No es de extrañar que muy poca gente esté dispuesta a creer y seguir nuestras perspectivas políticas y religiosas con respecto a eventos que manifiestan un creciente triunfo de la Revolución. Ellos no quieren oír hablar del gran castigo que Dios está preparando. Como Nuestra Señora misma trajo tres mensajes importantes que no fueron aceptados, no es de extrañar que nuestro apostolado también no sea bien recibido. Esto es característico de todas las épocas que toman el camino equivocado.

Cuando la gente oye a alguien decir que van por el mal camino, no escucha. Ésta es la razón por la que vienen los grandes castigos.  Si las personas escuchasen, y se convirtieran, el castigo sería evitado. Es precisamente porque no abren sus almas al mensaje por lo que la catástrofe se hace inevitable. El hecho de que ellos no crean en los mensajes de la Virgen, es la razón por la que dichos mensajes se hacen realidad.

Alguien podría objetar: Ciento cincuenta años ya han pasado y no ha pasado nada. Sostengo que  estos mensajes se han cumplido in ovo (en el huevo; en su semilla) comenzando  los grandes castigos. Nuestra Señora se apareció en La Salette en 1846; en 1870 comenzó la guerra Franco-Prusiana como resultado de la rivalidad entre Francia y Alemania. Esta rivalidad llegaría a su apogeo en 1914 y fue la causa más profunda de la Primera Guerra Mundial, así como de la Segunda Guerra Mundial. Las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial todavía no se han resuelto completamente y la perspectiva de una tercera guerra mundial se encuentra en el horizonte. Una posible tercera guerra mundial con su apocalipsis nuclear podría muy bien ser el comienzo del gran castigo predicho en La Salette y Fatima.

En la víspera del Diluvio, las nubes amenazaban y la gente seguía en  sus diversiones decadentes.

Los grandes castigos de Dios desafían la paciencia de los pocos que son fieles. El ejemplo más característico fue el diluvio cuando  todo el mundo se reía de Noé porque construía el arca esperando un gran castigo.

Le tomó 100 años completar su trabajo, y luego vino el diluvio. En aquellos tiempo, Noé podría haber sido tentado con el pensamiento de que se había equivocado y que la gente que se reía de él estaba en lo cierto. Sin embargo no desiste en su trabajo. Se mantuvo fiel al mensaje que recibió de Dios y siguió preparándose para el castigo. El hecho de que tardase un largo tiempo no significaba que no iba a venir; más bien, significaba que sería un enorme castigo.

Nuestro Señor predijo que el templo de Jerusalén sería destruido. Cuando murió, un terremoto lo sacudió y el velo del Templo se rasgó por el medio. Algunos muros quedaron dañados, pero el templo se mantuvo de pie.

Pasaron decenios, pero la profecía no se cumplió. En ocasiones los fieles de Jerusalén pensaron que las señales ya anunciaban el castigo inminente, por lo que huyeron a las montañas, tal como Nuestro Señor les había aconsejado que hicieran. Sin embargo, no pasó nada y volvieron a su vida normal, quizás un poco decepcionados. Luego, 40 años después de la muerte de Nuestro Señor, y aparentemente por casualidad, un soldado del ejército de Tito lanzó una antorcha a una de las ventanas laterales del templo. Inmediatamente comenzó el fuego extendiéndose rápidamente y envolviendo todos los edificios. Entonces, en verdad, ni quedó ni una piedra sobre otra, tal como Nuestro Señor lo había predicho. Después, el Templo nunca fue reconstruido. 

Nuestra Señora llora por los pecados de la humanidad y predice un castigo.


Debemos estar convencidos de que hemos sido elegidos para estar entre los pocos que escuchan la voz de la Virgen y esperan el castigo que Ella predijo. Estos hijos queridos deben dar prueba de su amor. Ellos deben dar prueba de su fidelidad antes de que se cumpla la palabra de Dios. Esta es la situación en la que estamos. No sé cuántos años habrá que esperar para que se cumplan los anuncios de La Salette y Fátima, pero al final  tendrán que cumplirse. A veces pensamos: “Ahora tiene que venir, porque es imposible que la situación llegue a ser peor.” Pero el castigo no viene. Los comunicados tempestuosos del cielo sólo son unas gotas de lluvia que las nubes disipan. Pero después el cielo ya no es tormentoso… Entonces la gente se ríe de nosotros. Debemos acordarnos de Noé. Cuando la lluvia finalmente cayó, entonces fue el diluvio. Para que confiemos en contra de las apariencias y creamos después de todos los retrasos, Dios ofrece a aquellos a los que Él eligió su alianza. Esta es la gran enseñanza de La Salette. 

Este es el espíritu que debemos pedir en el día de Nuestra Señora de La Salette: tener una confianza ciega en su promesa y estar seguros de que vendrá su cumplimiento.


Nuestra Señora de La Salette, apartad de nosotros la justa cólera de Dios!

Nossa Senhora de Fátima, ten pena de nosotros!

Nuestra Señora de Lourdes, curad nuestros corazones pecadores!

Nuestra Señora de El Buen, perdonadnos y salvadnos!

viernes, 14 de septiembre de 2018

la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo cimiento de nuestra Fe

Ave Crux 
Spes Unica

Plinio Corrêa de Oliveira


El Evangelio nos descubre con la mayor evidencia cuánto se compadece la misericordia de nuestro Divino Salvador con nuestros dolores de alma y del cuerpo. Basta considerar los asombrosos milagros de su omnipotencia practicados tantas veces para mitigarlos.

Sin embargo, no imaginemos que ese combate al dolor haya sido el mayor beneficio dispensado por Él a los hombres en esta vida terrena.

No comprendería la misión de Cristo ante los hombres quien cerrase los ojos al hecho central, de que Él es nuestro Redentor y que quiso padecer crudelísimos dolores para redimirnos.


Hasta en el auge de su Pasión, por un mero acto de su divina voluntad, Nuestro Señor podría haber hecho cesar instantáneamente todos esos dolores. Desde el primer instante de su Pasión hasta el
último, Él podría haber ordenado que sus llagas se cicatrizasen, su sangre preciosa dejase de correr, los golpes recibidos por Él dejasen de mantener cicatrices en su divino cuerpo y, por fin, una victoria brillante y jubilosa cortara el paso, bruscamente, a la persecución que lo iba arrastrando hasta la muerte.

No obstante, Él no lo quiso. Por el contrario, quiso dejarse arrastrar por la vía dolorosa hasta lo alto del Gólgota, quiso ver a su Madre Santísima entregada al auge del dolor y, finalmente, quiso gritar, de manera que lo oyesen hasta el fin de los siglos, estas palabras lancinantes: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46).


Por estos hechos comprendemos que, al darnos la gracia de ser llamados para que cada cual padezca con Él una porción de su Pasión, dejaba claro el papel inigualable de la cruz en la vida de los hombres, en la historia del mundo y en su glorificación.

Al invitarnos a padecer los dolores de la vida presente, no pensemos que Él haya querido dispensarnos, a cada cual, de pronunciar en el último trance su consummatum est — “todo está consumado” (cf. Jn. 19, 30).

Sin la comprensión de la cruz, sin el amor a la cruz, sin haber pasado cada cual por su via crucis, no habremos cumplido los designios de la Providencia a nuestro respecto. Y, al morir no podremos hacer nuestra la sublime exclamación de San Pablo: “Combatí el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe. Nada me resta sino aguardar la corona de justicia que me está reservada, y que me dará el Señor en aquel día, como justo Juez” (2 Tim. 4, 7-8).


Toda y cualquier cualidad, por más eximia que sea, de nada servirá si no hubiese en todas las almas, como un cimiento, el amor a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Con tal amor todo lo conseguiremos, aunque nos pese el fardo sagrado de la pureza y de otras virtudes, los ataques y los escarnios incesantes de los enemigos de la Fe, las traiciones de los falsos amigos.

El gran fundamento, el máximo fundamento de la civilización cristiana está en que todos los hombres ejerciten generosamente el amor a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

El Celo por la gloria de Dios y de la Santísima Virgen nos devora

El Dulce Nombre de María y el deber de velar por la gloria de Dios “ahora y siempre”

Plinio Corrêa de Oliveira

12 de setiembre: fiesta del Dulce Nombre de María. En aquella fecha, del año 1683, habiendo el rey Juan Sobieski al mando del ejército polaco vencido a los mahometanos que asediaban la ciudad de Viena y amenazaban a toda la Cristiandad, el bienaventurado Papa Inocencio XI extendió esta festividad a toda la Iglesia, como agradecimiento por la intercesión de la Madre de Dios.

Los antiguos consideraban el nombre como una especie de símbolo de la persona, de donde, durante mucho tiempo, se haya desarrollado el uso de las iniciales, que es de algún modo el símbolo del nombre.


Entonces, el nombre es el símbolo de la realidad psicológica, moral, espiritual, más profunda que está en la persona. Y, por causa de eso, el Dulce Nombre de María, como el Santísimo Nombre de Jesús, debe ser considerado nombre simbólico de la virtud excelsa de la Santísima Virgen, simbólico de su misión, de aquello que Ella verdaderamente es.


El Dulce Nombre de María es la afirmación de esta gloria interior, la afirmación de estos predicados interiores. Y, por causa de eso, el Nombre de María sería la manifestación —simbólica, por supuesto— de todo cuanto existe de excelso en Nuestra Señora. Al festejar este Nombre, festejamos la gloria que la Santísima Virgen tuvo, tiene y tendrá en el cielo, en la tierra y en todo el universo.


En cuanto a su gloria en el cielo, ya está todo dicho: Ella es la Reina de todos los ángeles y de todos los santos y está colocada incomparable, inconmensurablemente encima de todas las criaturas. De manera que en el orden creado, Ella es la cumbre hacia la cual todo converge; y es, por tanto, nuestra medianera con Dios Nuestro Señor. Y la gloria que Ella con eso tiene es simplemente inefable, pues ello es una consecuencia de su condición de Madre del Salvador, Nuestro Señor Jesucristo.


En la tierra —nos hace falta pensar mucho en esto— también la Santísima Virgen debe ser glorificada: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ahí se responde:Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Lo normal es que María sea venerada en la tierra y que el Dulce Nombre de la Santísima Virgen sea glorificado de modo inefable.


Imaginen un mundo católico, en el cual en todas partes soplara el espíritu de San Luis Grignion de Montfort. Imaginen que entonces los discípulos de San Luis Grignion fuesen la sal de la tierra y diesen el tono a la piedad a la Madre de Dios. ¡Comprenden cómo sería la gloria de la Santísima Virgen en el mundo! ¡Sería incomparablemente más de lo que es hoy!
 
Nuestra Señora de la Esperanza Macarena, Sevilla

Vemos a la Virgen María tan glorificada por la Santa Iglesia, al menos hasta el momento en que comenzó el “progresismo”. Esa gloria nos parecía inmensa, pero no es nada en comparación con la gloria que Ella debería tener y que sería una gloria según el espíritu de San Luis Grignion. Y esta gloria de María, la debemos amar nosotros ardientemente, porque es insoportable que la Santísima Virgen no tenga toda la gloria que Ella debería tener. Es simplemente la cosa más odiosa, más execrable, que el vicio, que el crimen, que la conjuración, que la maldad de los hombres, que el demonio, en fin, consigan disminuir la gloria que Ella debe recibir de los hombres.


Y nosotros deberíamos, con relación a la gloria de María, ser celosos como hijos en la casa de su madre. Imaginen si un hijo puede sentirse bien en casa de su madre, cuando ve que le niegan a su madre las atenciones que le son debidas…¿Cómo podemos sentirnos bien en la tierra, que está sujeta al reinado de la Santísima Virgen, viendo que en la tierra le son negadas las honras y las atenciones a que Nuestra Señora tiene derecho? Esto debe ser para nosotros una ocasión continua de pesar… mucho más que pesar, de indignación, de indignación enorme por ver que la Reina no está siendo reconocida por todos en el papel en que Ella debe serlo.


Pidamos a la Santísima Virgen que acepte nuestro desagravio por las injurias que le son hechas y que está continuamente recibiendo. Y que Ella disponga nuestras almas para una reparación completa. Pero debemos hacer un examen de consciencia, preguntándonos a nosotros mismos si nuestra reparación es como debería ser y si no deberíamos también ofrecer una reparación… por la deficiencia de nuestra reparación.


Y este es un punto en que tenemos que pensar mucho. Porque no podemos pedir perdón de un modo superficial a la Santísima Virgen por lo que hicieron los demás, sin pedir perdón por lo que hacemos nosotros también, como si nos aproximáramos de su trono sin culpa, ¡como si nosotros no tuviéramos mancha y los demás estuviesen cargados de culpa! Por lo tanto pedirle a Ella que acepte una reparación por la insignificante reparación de sus pobres reparadores.


¿Cómo sería la reparación perfecta? Esta provendría de un amor pleno, de una noción plena de todo cuanto la Santísima Virgen representa, noción plena de todo cuanto Ella es. Porque no se trata apenas de una noción teórica, sino de una noción práctica, viva; pues se debe tener una noción concreta.


Y después preguntarnos si durante el día —cuando estamos trabajando, cuando vemos una revista, cuando leemos un libro, por ejemplo— el celo por la gloria de Dios y por la gloria de la Santísima Virgen verdaderamente nos devora. O si no hay ocasiones en que somos débiles, indignos, en que intereses personales, cuestiones de amor propio, problemas de mil susceptibilidades y de cosas de ese género no interfieren y no empañan el celo que debemos tener por la gloria de María. Porque si interfieren, si empañan y si pensamos demasiado en nosotros y pensamos poco en Ella, nuestra reparación no será tan plena como debería ser.


Y aquí entra una vez más la oportunidad de recurrir a nuestros ángeles de la guarda y a nuestros santos protectores, pidiéndoles que se unan a nosotros para dar a nuestra reparación un valor que, de sí, ella no tiene, para ser una reparación adecuada, recta y que de hecho satisfaga. Sugeriría, por lo tanto, que recemos para que nuestra reparación sea buena y para que nos preparemos para ser perfectos reparadores.


Tengo la mayor esperanza de que llevando estas disposiciones al pie del altar de la Santísima Virgen, esto tendrá como consecuencia que Ella nos dispense abundantes gracias y que su sonrisa recibirá, si no nuestra reparación, al menos nuestra humildad. Y esa humildad nosotros la podemos y la debemos llevar a sus pies. 


 

viernes, 7 de septiembre de 2018

El Buen Suceso del nacimiento de la Madre del Salvador


Consideraciones sobre el Nacimiento de la Santísima Virgen



¡Ave María Purísima!
  Sin pecado concebida


Es una costumbre muy común festejar el cumpleaños de una persona. La razón de esto es que el cumpleaños de una persona representa el momento en que esa persona entro en la escena de esta vida, y es el momento en que el ambiente en el que esa persona es destinada a vivir se enriquece con una presencia más.

En principio, todo nacimiento es un favor, es una gracia de Dios, es un enriquecimiento para la sociedad humana, porque todo hombre tiene un gran valor.

Aunque que él sea concebido en pecado original y aunque que la naturaleza humana sea inferior a la naturaleza angélica, cada hombre es una criatura de gran valor. Cada criatura que aparece en la Tierra representa un enriquecimiento altamente ponderable para esa obra de Dios en su conjunto, que es la humanidad.



Concebida sin pecado, con todas las riquezas naturales propias a la condición femenina y llena de gracias


Nacimiento de la Santísima Virgen
( Correa de Vivar - 1533-1535)
En estas condiciones, la fiesta del Nacimiento la Santísima Virgen  nos lleva a preguntar cual es el enriquecimiento que Ella trajo para la humanidad y a que título especial la humanidad debe festejar su nacimiento. Si nos colocamos en esa perspectiva casi no se sabe que decir. Porque en el orden de la naturaleza, la Santísima Virgen fue concebida sin pecado original.

Así Ella, [única en el mundo] desde el  pecado original, exenta de todas las manchas, un lirio incomparable en hermosura del género humano, algo por tanto, que debería dar alegría a la tierra entera y a todos los coros angélicos. Apareció en ese exilio, en el medio de esa humanidad, una criatura sin pecado original.

Mas acontece que además, la Santísima Virgen traía consigo todas las riquezas naturales que dentro de una mujer podrían caber. Nuestro Señor Jesucristo le dio a Ella, según la orden de la naturaleza, una personalidad riquísima, preciosísima, valiosísima y, a ese título, la presencia de Ella entre los hombres representaba otro tesoro verdaderamente incalculable.

Pero, si a todo esto juntamos los tesoros de las gracias que venían con Ella, que Ella tenía consigo y que son las mayores gracias que Dios Nuestro Señor había concedido a alguien, gracias verdaderamente incalculables, comprendemos entonces lo que representa la entrada de la Santísima Virgen en el mundo.
 Nuestra Señora de El Buen Suceso 
cuyo rostro fue hecha por los angeles
(Quito- Ecuador)

El nacer del sol es una realidad pálida en relación a la entrada de la Santísima Virgen en el mundo. Todos los fenómenos más grandiosos de la naturaleza que representen algo de precioso, algo de inestimable, nada son en comparación de esto. La entrada más solemne que se pueda imaginar de un rey o de una reina en su reino, no es nada en comparación de esto.

La alegría de todos los Ángeles del Cielo, la alegría tal vez de muchas almas justas que hayan sido conscientes de este hecho, tal vez sentimientos confusos de alegría esparcidos por aquí y por allá en las almas buenas, todo eso debe haberles recordado el momento bendito en que la Santísima Virgen entró en el mundo.

Hay una frase de Job, que me gusta mucho citar y que me parece adecuada para esto: “Bendito el día que me vio nascer, benditas las estrellas que me vieron pequeñito, bendito el momento en que mi madre dijo: nació un varón”.

También se podría decir: “Bendito el día que vio a la Santísima Virgen nacer, benditas las estrellas que brillaban sobre Ella cuando era pequeña, bendito el momento en que los padres de la Santísima Virgen verificaron que había nacido la criatura virginal que era llamada a ser la Madre del Salvador”!


El nacimiento de la Santísima Virgen en un mundo inmerso en el paganismo y las irrupciones de la acción de Ella en el alma de los fieles en los periodos de probación.


El nacimiento de la Santísima Virgen nos trae otro pensamiento. El mundo estaba postrado en el paganismo. La situación del mundo en aquel tiempo era parecida a la del mundo de hoy; todos los vicios imperaban, todas las formas de idolatría habían dominado la tierra, la abominación había penetrado en la propia religión judía, que era el preanuncio de la religión católica; el mal y el demonio vencian completamente



Pero, en el momento decretado por Dios en su misericordia, Él derriba la muralla, comienza la caída del orden del demonio cuando menos se podía imaginar, hace nacer a la Santísima Virgen y, con el nacimiento de Ella que era la raíz bendita de donde nacería Nuestro Señor Jesucristo, comenzaba la obra de derrocamiento del demonio.

¡Cuántas veces no pasan situaciones semejantes en la vida espiritual del católico! ¡Cuántas veces el alma de éste, de aquel, de aquel otro, está en lucha, está con problemas, contorsionando y revolviéndose en dificultades! La pobre alma ni se da idea de cuándo vendrá el día bendito en que una gran gracia acabará con sus tormentos, con sus luchas y, a fin de cuentas, le proporcione un gran progreso en la vida espiritual.

Hay aquí el nacimiento, en un sentido especial de la palabra, de las irrupciones de la Santísima Virgen en el alma del fiel. Y que en la noche de las mayores dificultades, de las mayores tinieblas, de repente la Virgen aparece y empieza a eliminar las dificultades con que se enfrenta.


Ella aparece como una aurora en su vida y comienza a representar algo nuevo en su vida espiritual, que él ni siquiera conocía.

Hay otra consideración también: ¡La Santísima Virgen parece tan ausente!
El mundo de hoy es tan parecido al mundo de aquel tiempo que, si tomamos en cuenta que de un momento para el otro la Santísima Virgen puede empezar a actuar, puede hacer su actividad más constante, más continua, más intensa de lo que ha sido hasta aquí para la restauración de su Reino, pueden comenzar a ocurrir hechos extraordinarios que hagan sentir su presencia, allí tendremos otra irrupción de La Santísima Virgen en el mundo.


Y esa irrupción podría hacerse a través de nuestro Movimiento con todo lo que él tiene de humanamente pobre, de humanamente débil. Pero que, al igual que David, por la fe, la dedicación y el uso de las tácticas de RCR (1), podría provocar la caída del gigante y aplastar la Revolución (2). Una acción así sería una irrupción de La Santísima Virgen en la Historia del mundo, una manifestación del deseo de Ella de vencer. Las murallas que hemos derribado, las gracias de que, aunque indignos, hemos sido canales, no pueden representar sino la manifestación de la voluntad del Inmaculado Corazón de María de implantar su Reino.


Entonces, todo eso nos debe dar mucha alegría y mucha esperanza, con la certeza de que La Santísima Virgen nunca abandona a sus hijos, y que incluso en las ocasiones más difíciles Ella los visita, su presencia como que irrumpe entre ellos, resuelve sus problemas, les da la combatividad y el coraje necesarios para cumplir su deber hasta el fin, por más arduo que sea.


Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


Resultado de imagen para separadores de parrafos medievales



Notas:
(1) Sobre el tema de la utilización de tácticas RCR para el  combate ideológico a la Revolución sugerimos la lectura de la tercera parte del libro "Revolución y Contra-Revolución" del mismo autor: "Parte III - Revolución y Contra-Revolución veinte años después”.

(2) Para el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución es el proceso cuatro veces secular que viene devastando la Civilización Cristiana. Y la Contra-Revolución consiste en el movimiento de almas que se opone a esa derrota. Ver el ensayo "Revolución y Contra-Revolución", del mismo autor.

lunes, 3 de septiembre de 2018

El Pontífice Cruzado



Plínio Corrêa de Oliveira

Bienaventurado Urbano II

“Sea vuestro grito de guerra, anunciando el poder del Dios de los ejércitos”

¡Dios lo quiere!

  El Papa Urbano II preside el Concilio de Clermont


Urbano II fue Papa de 1088 a 1099; defensor de la libertad de la Iglesia, continuador de la obra de San Gregorio VII y Promovió la Primera Cruzada. 
El Concilio de Clermont tenía como finalidad principal discutir la Cruzada. El pueblo esperaba el día de la anunciada expedición. Finalmente, el Papa satisfizo su impaciencia. Se sentó en su trono especialmente preparado para la ocasión, teniendo a su lado al eremita Pedro. A sus pies, una enorme multitud: cardenales, abades, sacerdotes, monjes, caballeros y el pueblo. Después de las palabras de Pedro, describiendo lo que sucedía en Jerusalén, Urbano II se dirigió a todos:

“Id, hermanos, id con esperanza, al asalto de los enemigos de Dios que, ya dominan a Siria, a Armenia y países da Asia Menor. Muchos daños ya hicieron: usurparon el Sepulcro de Cristo, los maravillosos monumentos de nuestra fe; prohibieron, a los peregrinos, el ingreso a la ciudad de la cual solamente los cristianos saben darle el verdadero valor. ¿No es lo suficiente para oscurecer la serenidad de nuestro rostro? Id y mostrar vuestro valor. Id, soldados; y vuestra fama se extenderá por todo el mundo. Si cayesen prisioneros, enfrentarán los peores tormentos por vuestra fe y salvareis vuestras almas al perder el cuerpo. No vaciléis, hermanos queridos, en sacrificar vuestra vida por el bien de los demás hermanos. No os detenga el amor a vuestra familia, a vuestra patria, o a las riquezas, pues el hombre debe su amor principalmente a Dios, y la Tierra entera es vuestra.  ¿Qué mayor felicidad para un cristiano que ver, durante su vida, los lugares donde Nuestro Señor habló la lengua de los hombres?”
A las palabras del pontífice, los fieles respondieron unánimemente: ¡Dios lo quiere! Y Urbano acrecentó:

“Ese vuestro grito no sería unánime, si no fuese inspirado por el Espírito Santo. Sea entonces esas palabras vuestro grito de guerra, anunciando el poder del Dios de los ejércitos. Y quien emprenda este viaje deberá llevar la figura de la Cruz. La Cruz estará en vuestra espada y en vuestro pecho, sobre las armas y los estandartes. Sea ella, para vosotros, el laurel de las victorias o la palma del martirio y sea también la insignia para unir los hijos dispersos de la  casa de Israel. Ella os recordará continuamente que Jesucristo murió por vosotros y que por Él debéis morir”.


La partida de la Cruzada fue marcada para el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María.

Godofredo de Bouillon, Duque da Lorena (1058-1100)
Conduciendo sus tropas para la Terra Santa



En primer lugar, el Concilio de Clermont. Un Concilio, bajo la presidencia del Papa y – cosa maravillosa – un santo sentado en la Sede de San Pedro: la luz, colocada en un candelabro, para iluminar todos los pueblos. Aquel que es el foco de irradiación de la virtud, colocado en la cátedra donde se enseña la verdad y el bien, y se dirige a las falanges de Nuestro Señor y de la Santísima Virgen para la lucha contra el adversario. 



Este hombre, como un nuevo ángel, se sienta en la cátedra de San Pedro y se toma de celo por la desventura de los lugares Santos. Él no puede tolerar que los lugares Santos estén bajo la posesión de los infieles. Él no puede soportar que sea tan difícil llegar hasta los lugares Santos, [y que se tenga que] enfrentar tantas cosas, para allí rendir culto a Nuestro Señor Jesucristo.

Pero, sobre todo, y es el primer punto: ver la gloria de Dios ofendida por la posesión, de los infieles, de un lugar que la Cristiandad es bastante fuerte para tener, y para allí rendir el verdadero culto a nuestro verdadero Dios.

Entonces, él reúne un Concilio. Y ese Concilio, reunido en Clermont, en Francia, tiene alrededor de si una multitud inmensa que asiste a la deliberación y que espera el resultado de la deliberación. El Papa llega y se sienta en un trono, armado delante de esa población llena de fe. Lo rodeaban, naturalmente, los padres del Concilio y gente.

Hay, allí, una miniatura maravillosa de la Iglesia Católica, en el esplendor de su verdadera belleza. Es una asamblea en la que está el Vicario de Cristo, un Santo; en que están los padres conciliares, padres movidos por un celo auténtico por la gloria de Dios y que se reúnen en torno de él en una actitud parecida como los ángeles reunidos alrededor de Dios; después, la multitud de los fieles fervorosos, entusiasmados, en cuyos ojos se ve el espíritu de lucha y de sacrificio de los hombres que van para la cruzada; y de las familias que apoyaran esta resolución y que están dispuestas a todos los daños que el jefe al irse para la cruzada podría traer, para que el Sepulcro sea liberado. Cerca del Papa, un simple fraile, vestido del modo más pobre posible, pero con una elocuencia de fuego: es Pedro, el Eremita.

¡Qué cosa más bella! Un eremita que sale de su eremo para adentrarse en el mundo y para decir cosas que solo las almas que aprecian el silencio saben decir. Aquellas palabras de fuego, aquellas palabras que mueven, que comunican la gracia de Dios, que los hombres que tiene horror del silencio no saben decir. El habla, y después habla el Papa.

Y el Papa, ante aquella multitud  impresionada, tiene algunas frases, que a nosotros nos impresionaran.
Yo no hare un contraste. Yo no hablare– para solo hablar de esto – de la diferencia de las multitudes de hoy y las multitudes de aquel tiempo. Las multitudes de hoy hablan de la Edad Media como de una época de impiedad y de atraso: las multitudes sin gracia de nuestra época. No muestro ese contraste, ni otros contrastes por demás amargos que se muestren.

Pero tomo ese pensamiento del Papa. Dice él: “El Santo Sepulcro está en poder de herejes, de infieles  y vosotros no podéis ir  para allá, debidamente, para rendir culto. Vosotros Lo veis bajo la posesión de los adversarios de la Iglesia”. Y el pregunta: ¿Cuál es la faz que puede conservar, ante lo que está aquí, su serenidad, pensando en esto?”

Cuantas faces serenas nosotros encontramos por el camino... Entretanto, pasan cosas, hoy en día, incomparablemente peores de que el Santo Sepulcro este dominado por los infieles. Para solo hablar de que se puede decir, pensamos apenas en las naciones comunistas bajo la opresión de una tiranía atea. Esto no es mucho peor de que el Sepulcro de Cristo dominado por los infieles? ( o también tantas cosas terribles como la ideología de género, la unión libre, la eutanasia, el aborto y el divorcio)  No tienen punto de comparación. Sin embargo, ¡cuántas faces tranquilas! Faces que deberían estar junto al templo, junto al altar todo el tiempo, llorando. ¡Cómo están alegres!.

Nosotros mismos. ¿Cómo están nuestras faces?, ¿Cuantas veces nuestras faces se contraen por la preocupación de nuestros intereses?, y ¿Cuantas veces ellas se contraen por el celo de la Santa Iglesia Católica?

Aquellos hombres no conservaron la faz serena. Más ellos eran seguidores verdaderos de Nuestro Señor Jesucristo. Ellos tenían la Iglesia Católica verdaderamente viva en sus almas. Ellos eran presididos por un Santo. Delante de un mal, menor de lo que sufrimos con tanta tibieza, con tanta displicencia, delante de ese mal, ellos se movieron como un solo hombre y pusieron la Cruz en la punta de las espadas, en los estandartes, en los escudos, en el pecho; y se movió aquella inmensa avalancha para retomar el Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo.

Hoy en día, ¡tan pocas cosas así! Sin embargo, el Papa aquí dice una cosa que nos debe entusiasmar y afervorar. Dice que, la unanimidad con que la masa resolvió tomar la Cruz, probaba que era el Espírito Santo que estaba hablando allí; e, indicaba bien, que los grandes movimientos de alma de la Cristiandad no se hacían sin grandes movimientos del Divino Espírito Santo.

Nosotros podemos pedir que, in extremis, un soplo del Espírito Santo recubra la Tierra y que sean muchos los hombres que se despierten de su letargo y sean capaces de luchar contra el enemigo que está pronto a dar el último golpe.

Y nuestra misión es, exactamente, ser el punto de "detonación", o fusible de esa grande "explosión". Nosotros debemos decir las palabras, nosotros debemos tener los gestos, nosotros debemos alzar el estandarte que produzca este efecto en una hora de aflicción, tal vez para muchos en una hora de desespero que se aproxima.

Entonces, debemos pedir esto a la Santísima Virgen:

“Mi Madre, mirad las condiciones de mi alma. Y, por esto, mi Madre, ten pena de mí y haz con que Vuestro Corazón Sapiencial e  Inmaculado  sea, como que, trasplantado para mi pecho pecador; que mi corazón tibio y débil, ya no sea sino un prolongamiento del Vuestro; y que se pueda decir que no es más mi corazón el que late, sino que es el Corazón Inmaculado de María que late en mí.



Que yo no desee otra cosa, sino querer lo que Vos queréis, pensar lo que Vos pensáis, darme a Vos de un modo superlativo y completo, para que las virtudes que defluyen de Vos, animen  a mi alma y que me muevan en dirección a las cosas que yo no soy capaz de moverme. Para que no suceda, mi Madre, esta desventura, que sería la desventura de las desventuras: que yo no estese preparado en el día de la plena realización de vuestras promesas en Fátima. Y el medio que existe para que esta desventura no suceda, es pediros a Vos precisamente que hagáis de mí un prolongamiento de Vuestra persona; que Vos me comuniquéis Vuestras virtudes y preparéis a mi alma. Yo os pido: mandad un Ángel de la Guarda a hacer que en el momento oportuno, me hable y  haga de mi un verdadero Apóstol de los Últimos Tiempos, en el sentido pleno y auténtico de la palabra, como está descrito por San Luís Grignion de Montfort, en  su Oración Abrasada”.

Y esta nuestra oración terminaría diciendo: “Corazón Inmaculado de María, que sois un horno ardiente de caridad a ejemplo del Corazón Sagrado de Vuestro Divino hijo, comunicadme todas las llamas de Vuestro celo para que Vos, cuya oración consiguió que el agua, insípida, fría y banal, se transformase en un vino sabroso, generoso y fuerte, haced de mí, pecador, un apóstol de los últimos tiempos”.

 Es esto lo que debemos pedir a la Santísima Virgen en la gravedad de las horas que se aproximan.