De la Encíclica "Supremi Apostolatus" de
León XIII, del 1 de noviembre de 1883:
La eficacia y el poder de la misma oración (el Santo Rosario) fueron
luego experimentados también en el siglo XVI, cuando las imponentes fuerzas de
los turcos amenazaban sujetar casi toda Europa al yugo de la superstición y de
la barbarie. En esta circunstancia, el Pontífice San Pío V, después de
estimular a los soberanos cristianos a la defensa de una causa que era la causa
de todos, dirigió todo su celo a obtener que la poderosa Madre de Dios,
invocada por el Santo Rosario, viniese en auxilio del pueblo cristiano. Y la respuesta fue
el maravilloso espectáculo entonces ofrecido al cielo y a la tierra; ¡un
espectáculo que emocionó las mentes y los corazones de todos! En efecto, por un
lado, los fieles listos para dar la vida y derramar su sangre por la
incolumidad de la Religión y de la patria, junto al golfo de Corinto esperaban
impávidos al enemigo; y de otro lado, los que estaban sin armas, en piadosas súplicas, invocaban a María, y con la fórmula del Santo Rosario
repetidamente la saludaban, a fin de que asistiera a los combatientes hasta la
victoria. Y la Santisima Virgen, movida por esas oraciones, los asistió: porque, habiendo la flota de los cristianos batallado cerca de Lepanto, sin
graves pérdidas de los suyos, derrotó y aniquiló a los enemigos, y alcanzó una
espléndida victoria.
Representación de la aparición de la Virgen durante la batalla en Lepanto (Veronese) |
Por este motivo el
Santo Pontífice, para perpetuar el recuerdo de la gracia obtenida, decretó que
el día de aniversario de aquella gran batalla fuese considerado festivo en honor
de la Virgen de las Victorias; fiesta que después Gregorio XIII consagró bajo
el título del Rosario.
("Catolicismo",
nº 58, octubre de 1955)
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